La otra noche en el balcón de una casa muy mona descubrí otro apartado que separa a los porteños del resto de algunos latinoamericanos: "ser o no sísmico".
En esta esquina una limeña que pudo haber volcado su melena hacia afuera del séptimo piso para que cualquier invitado trepara por ella nos contaba como el edificio donde vive en Perú, enloqueció con el último temblor que sacudió aquellas tierras. Su compañero que vive en alguna coordenada de California, a la vera de la falla de San Andrés contaba también lo suyo...yo no tuve que darme cuerda....Mientras tanto un chico porteño escuchaba muy atento, en sus gestos adiviné el asombro fantástico que le producían las anécdotas. Nos miraba e intuyo que pensaba que semejante desorden sólo nos podía pasar a nosotros -no porteños- surgidos de latitudes lejanas y exuberantes donde la tierra se atreve a moverse sin previo aviso, ¡qué falta de respeto! lo que se declara oficialmente sin vida no tiene porque moverse por si mismo.
A partir de sus comentarios descubrí lo lejano que le resultaba todo aquello, la distancia que trazaba su mirada asombrada, la idea de que la tierra se sacuda encabronada y sin sentido le parecía una historia exótica que sólo podría ocurrir en un cuento de Márquez y a nosotros.
La chica del pelo taaaaaaaaan largo remató contando como aquella vez del último temblor salió corriendo de su casa con la toalla en la mano, porque el movimiento la pilló mientras se duchaba.
Supongo que el chico desistió en seguir imaginandose eso de que la tierra tiene rajas y de repente se abre...su mirada se clavó en la nada y fue evidente que prefirío concentrarse en la imagen de aquella mujer corriendo por algún portal de Lima desnuda, asustada y a medio duchar antes que pensar en terremotos.
lunes, 15 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Acá no tiembla la tierra... Sólo en las noches y con el "mañanero", las rodillas ;)
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