Calor! A veces me parece tan absurda mi obesesión, pero la verdad es que me cambia la vida el sol. Volví y Buenos Aires era otra. Cerré la puerta de regreso a casa y el teléfono sonó. Con jet lag encima salí disparada después de meterme en el vestido verde -que no había usado en un año y que todavía me queda- y, en menos de media hora estaba en una fiesta en un palacio. Sí, soy una paleta y asumo que me gustan las fiestas en los palacios -por su brillo y esplendor-, en los palacetes o donde haga falta...La fiesta de esta mi primera tarde de vuelta en Buenos Aires era para entregar dos premios, el primero a un señor-novelista-argentino y el otro a un señor mexicano por afirmar en un ensayo que la ciencia política ha muerto. Lo primero que reconocí nada más llegar fue el contraste de la estatura entre Villoro y Leo que escuchaban atentos al borde del reservado de la Legrand. Después de los aplausos una chica dejó libre la voz y se soltó con cancioncitas brasileñas mientras otro señor le tocaba la guitarra, otros bebían champagne...otros contaban uvas, otros se las comían. Yo procuraba estar muy atenta a todo lo que pasaba, a las palabras que salían de los discursos, a los agradecimientos interrumpidos por los murmuros,a la gente que se saludaba y charlaba en grupos que se disolvían pronto, hasta que me acerqué a la comida y me perdí en la cazuela de mariscos...
En definitiva nadie sabe para quién trabaja...
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